La vida de Elisabeth Short (nombre real de la víctima), fue breve y angustiante. Nacida en una familia humilde de Massachusetts y abandonada por su padre, trabajó desde muy joven. Fue acomodadora en el cine local, donde quedo expuesta a la previsible adoración por las películas. Como miles de chicas de su edad, tuvo un sueño apasionado: probar suerte en Hollywood. Por ese motivo, en cuanto le fue posible, juntó sus ahorros, hizo las valijas y, esperanzada, se fue a vivir a California.
La fascinación por el crimen de la Dalia Negra, que tiene su núcleo en las exóticas mutilaciones a las que la víctima fue sometida, es casi imposible encontrar en casos semejantes. El cuerpo desnudo, encontrado por casualidad en un terreno baldío de Los Angeles, había sido cortado en dos por la cintura. Estaba sin sangre y faltaban algunos órganos. Además de múltiples signos de tortura, una grotesca herida destacaba del resto: las comisuras de la boca habían sido cercenadas, creando el efecto de una eterna y macabra sonrisa.
Esa noche Beth durmió en un motel con un ligue casual llamado Robert ‘Red’ Manley, un vendedor de 25 años que la recogió en su coche en una esquina de San Diego, donde la chica andaba deambulando buscando un lugar donde pasar la noche. No tuvieron sexo. Al día siguiente Red la llevó a la estación de autobús, donde dejó su equipaje. Según ella, iba a viajar a Berkeley para quedarse con su hermana, con la cual debía reunirse en el lujoso Hotel Biltmore.
A las 18:30, Red la dejó en el vestíbulo del hotel y se marchó a su casa, donde le esperaba su familia. Esa noche, a las 22:00, el recepcionista la vio salir del hotel. Nadie más la volvió a ver con vida.
Esa noche Beth durmió en un motel con un ligue casual llamado Robert ‘Red’ Manley, un vendedor de 25 años que la recogió en su coche en una esquina de San Diego, donde la chica andaba deambulando buscando un lugar donde pasar la noche. No tuvieron sexo. Al día siguiente Red la llevó a la estación de autobús, donde dejó su equipaje. Según ella, iba a viajar a Berkeley para quedarse con su hermana, con la cual debía reunirse en el lujoso Hotel Biltmore.
A las 18:30, Red la dejó en el vestíbulo del hotel y se marchó a su casa, donde le esperaba su familia. Esa noche, a las 22:00, el recepcionista la vio salir del hotel. Nadie más la volvió a ver con vida.
El cuerpo de Elizabeth Short yacía en el suelo, horriblemente mutilado.
Así, los agentes se vieron obligados a atender miles de llamadas de gente que daba pistas de dudosa fiabilidad o que confesaba haber matado a la Dalia, aunque a la hora de la verdad apenas supiesen lo que había salido en los periódicos. A veces se trataba de enfermos mentales, otras veces bromistas o gente con ansias de notoriedad, otras simplemente vagabundos con recuerdos nublados por el alcohol. También había gente que delataba a algún conocido, lo cual obligaba a la policía a investigar con mayor exhaustividad la pista facilitada. Lamentablemente la delación solía ser producto de alguna rencilla personal, y de las subsiguientes ansias de venganza del confidente. Algunas veces tenía más peso (una mancha de sangre descubierta en la ropa, una ausencia inexplicada), pero invariablemente acababa en un callejón sin salida. Tampoco se libraron de personajillos tales como videntes o pseudo-científicos con métodos “infalibles” para resolver el caso (uno de ellos solicitó un ojo de la víctima para captar una fotografía de la última imagen que vio en vida, supuestamente la de su asesino). Ni que decir tiene que ninguno aportó nada al caso.